Me dieron mi primer Valium en el funeral de mi padre, cuando solo tenía 16 años. Me hizo sentir mejor, así que empecé a tomar medicamentos para controlar mis sentimientos.
Creé un gran negocio de éxito, me casé y adoptamos dos hijos a los que adorábamos. En apariencia, lo tenía todo – una familia estupenda, viviendas en el Reino Unido y en otros países, pero en realidad no era feliz.
A los 34 años empecé a consumir cocaína y, un par de años más tarde, heroína, y mi vida empezó a desmoronarse. Lo perdí todo: mi matrimonio, mis hijos, mi negocio, mi salud y mis amigos.
Durante los cuatro años siguientes, entré y salí de lugares como The Priory más de 20 veces, estuve en consultas de psiquiatras y me sometí a terapia electroconvulsiva (TEC), y tratamientos del sueño, entre otros.
Empecé a falsificar recetas, por lo que me detuvieron cinco veces.
Fui a mi primer centro de rehabilitación a los 41 años porque no tenía otro sitio donde dormir. Me dijeron que podía pagarlo cuando me pusiera bien. Pasé la noche anterior en una celda, a la que llegué con todo lo que tenía en una bolsa de basura negra. En aquel momento, no había estado limpio ni un solo día desde el funeral de mi padre.
Iniciar el tratamiento fue lo más duro que he hecho nunca. Las primeras semanas sólo me quedé porque no tenía ningún lugar donde acudir. Mi ex mujer me había llamado diciendo que no podía hablar con mis hijos porque les había prometido cosas que nunca ocurrirían.
Allí me sentí más fuerte físicamente y también emocionalmente, al darme cuenta de que no era el único padre adicto que se comportaba de ese modo, a pesar de querer a mis hijos. Incluso me reí por primera vez en años. No estaba solo.
A medida que me acercaba al final del tratamiento, esperaba que ocurriera algo bueno. ¿Un pequeño hogar quizás? ¿Un trabajo quizás? ¿Ver a mis hijos los domingos? Que mi madre volviera a estar orgullosa de mí. ¿Viajar? Incluso me atreví a albergar la esperanza de conocer a alguien y compartir nuestras vidas sin drogas ni situaciones tóxicas ni destructivas.
El día que salí del centro, me comentaron que me había ganado el derecho a volver a ser padre. También me dijeron que podía tener la vida que quisiera.
Me quedé cerca del centro unos meses antes de volver a Londres, donde viví en un piso minúsculo en un edificio alto en una zona difícil. Conseguí trabajo transportando telas en un almacén. Estaba limpio y sobrio, pero era pobre y a menudo pasaba hambre.
Todos en mi familia estaban enfadados conmigo. Pensaba que estarían orgullosos de mí porque por fin estaba limpio. Mi madre y yo habíamos estado muy unidos, pero se avergonzaba de mí. Me confesó que me prefería cuando me drogaba. Mi ex mujer descargó toda su rabia hacia mí, ponía excusas e impedimentos con las visitas y les contaba a mis hijos todo lo que había hecho. Asimismo, inventaba mentiras y mis antiguos amigos me habían rechazado también. No había ido a un supermercado en mi vida y no sabía cocinar.
Me mantuve limpio, pero estaba enfadado y sentía celos, (sobre todo hacia mis hermanos porque eran exitosos), y empecé a perder la esperanza de nuevo.
Un día tuve una discusión con mi hijo y me fui a casa, seguía furioso con él. Ese fue el punto de inflexión para mí y me di cuenta de que, aunque estaba recuperado, me odiaba a mí mismo y comprendí que tenía que cambiar.
Inmediatamente busqué terapeutas y finalmente encontré a Liz. Sólo podía permitirme una sesión al mes, pero ella me introdujo en un grupo mixto de personas, todas ellas estaban en fase de recuperación. Al cabo de unas semanas empecé a confiar y a comprometerme, recibiendo ayuda en todas las áreas de mi vida y comprendí que la comunicación era lo más importante de todo. Durante los dos años siguientes, todo comenzó a mejorar. En el trabajo, me ascendieron a director del departamento de exportación, lo que supuso un aumento de sueldo y un coche. Con respecto a mi familia, el grupo me ayudó a aprender que podía decir que no de vez en cuando y a poder comunicarme con ellos con sinceridad. Aprendí a manejar el dinero, nunca había vivido solo.
El tiempo que pasé en terapia también me enseñó que tenía una actitud malsana hacia las mujeres, que no podía ni debía tener una relación. Durante mis primeras vacaciones de recuperación en España conocí a Zalyia. Llevamos juntos más de 30 años y tenemos una hija, Ali.
El tiempo que pasé en terapia me devolvió la vida y el sentido de mí mismo. Me he mantenido limpio durante más de 30 años, y he dedicado ese tiempo a transmitir el mensaje a quienes aún sufren. The Bridge es un sueño hecho realidad: la forma perfecta de devolver la vida a las personas que más ayuda necesitan. Personas como yo.